Los equipos de leyenda superan todo tipo de adversidades, se vienen
arriba en las malas situaciones y salen de ellas cuando todo parece
perdido. España es uno de ellos. La semifinal contra Rusia es una nueva
demostración. Si la selección no perdió puede que no lo haga nunca. Se
rehizo de una primera parte deplorable y se metió en la final de los
Juegos en un ejercicio de superación y coraje que ya forma parte de la
historia del basket nacional. Ahora sólo falta añadir una nueva medalla
olímpica, la tercera. El domingo habrá que elegir color. Con este equipo
no se descarta que sea el oro.
Se esperaba la mejor versión de España y apareció la peor. Un equipo
totalmente atascado ante la excelente defensa planteada por Rusia. Su
activísima zona cerró los espacios a los Gasol, que siempre eran
defendidos en dos contra uno. El resto lo hicieron los errores en el
triple. Desde el primer instante se vio que tampoco era el día de los
tiradores. Hasta el sexto intento no acertaron con un lanzamiento
lejano. España malvivió con un tiro de campo en los primeros seis
minutos. Al menos su defensa le hacía seguir en el partido (7-9).
La alarma se encendió en el segundo cuarto. Igual que ocurrió en el
partido de la primera fase, España se centró en secar a Kirilenko y
Shved. Lo hizo bien, pero descuidó a los secundarios. Monya ejerció de
Fridzon y con tres triples casi seguidos colocó a Rusia a 13 de ventaja
tras un parcial de 0-10 (14-27, min 14).
España no encontraba vías de anotación. Los Gasol se estorbaban
cuando la defensa rusa colapsaba la zona, Pau jamás estuvo cómodo, Marc
tuvo una actuación pésima, Navarro anotó su primer punto en el minuto 20
y los triples liberados seguían sin entrar. La selección se movía a
punto por minuto: 20 al descanso y 11 de desventaja. Había sufrido un
colapso histórico. No anotaba tan poco en una primera mitad desde 1968.
Pero quien diera por muerta a la selección se equivocaba. Se esperaba
una reacción y llegó. España que casi muere desde el triple regresó a
la vida de la misma manera. Lo anticipó Rudy con un acierto lejano.
Después metería otro, Calderón dos y Pau uno más. El aro se había hecho
grande de repente y había partido al final del tercer cuarto (46-46)
después de un parcial de 15-6.
Ahora la empanada era rusa. Una y otra vez topaba contra la
intensidad española encarnada en San Emeterio, Felipe y Llull. Creciendo
desde atrás y con un Calderón letal en ataque, la selección llegó a
ponerse 10 puntos arriba (60-50, min 36).
Impensable hacía un rato, pero así es este equipo cuando hay medallas
en juego. Ya no pasaría apuros ni con una antideportiva a Calderón a
menos de un minuto para el final. En una lección de coraje, una más,
España se había ganado un hueco en la final olímpica. Su leyenda se hace
más grande.
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