Aquel 2 de marzo, la temporada regular 1961-62 de la NBA estaba vista para sentencia. Con el horizonte puesto en el play off la
competición, que sólo contaba con nueve participantes, trataba de
mantener el interés para el gran público. En aquellos años, eran los
propios jugadores los que, subidos a una camioneta y armados con un
altavoz, anunciaban por la ciudad la celebración de un partido. Aquel
dos de marzo, Los Philadelphia Warriors recibían la visita de los New York Knicks.
La directiva de los Warriors, no obstante, prefirió no jugar en
Filadelfia. Entonces algunos partidos se disputaban en campos neutrales,
con el objeto de llevar el espectáculo a alguna ciudad menor y obtener
así un mejor taquillaje. La ciudad elegida era Hershey, una población media de Pensilvania no muy alejada de Filadelfia, ni tampoco de Nueva York.
En aquel pabellón ignoto, sin trascendencia alguna en la historia del baloncesto, iba a suceder algo increíble.
El hombre del partido, ya se sabía, iba a ser el pívot de los Philadelphia Warriors Wilton Norman Chamberlain (Filadelfia 1936 – Bel Air 1999). The Stilt
había nacido para el baloncesto. Con un físico -2,16, 130 kgs- que aún
en el baloncesto actual sería determinante, todo en él había sido
desafío. Antes de pasar a la NBA, Chamberlain había jugado un año en los Harlem Globetrotters,
en la época en la que los Globetrotters podían mirar a los ojos a
cualquier equipo de la Gran Liga. Cuando al fin cumplió los requisitos
para entrar en la NBA, lo hizo con un impacto inédito. En su primer año
logró ser MVP de la Liga, y, por supuesto, el mejor novato del curso. En
su segunda temporada mejoró sus registros -38,4 puntos, 27,2 rebotes
por partido- pero se quedó sin premios mayores. Lo que estaba haciendo
en su tercer curso rompía todas las barreras. No sólo porque promedió
48,5 minutos por partido –jugó todos los minutos posibles, incluidas las
prórrogas-, sino porque su estadística alcanzaba cotas extraterrestres:
anotaba más de 50 puntos por partido. Indiscutiblemente, iba a ser la
estrella en Hershey. Pero no se sospechaba hasta que punto.
En el primer cuarto, Chamberlain ya había anotado 24 puntos. La debilidad congénita de los Knicks y la ausencia de su center titular, Phil Jordon, convertían la zona neoyorquina en propiedad privada de Wilt. Darral Imhoff, un suplente de segundo año, era quien debía defender a The Stilt.
Chamberlain apenas necesitaba dos choques y una finta para deshacerse
de su par con facilidad. Al descanso, ya llevaba 42 puntos: sólo
necesitaba 8 para igualar su promedio de la temporada. La diferencia,
quizá es que estaba acertando desde la línea de tiros libres. Estaba por
encima del 90% de acierto -13 tiros anotados de 14 intentos-, cuando el
promedio se su carrera fue un irrisorio 51,1.
En el tercer
cuarto, la grada enloqueció. Chamberlain anotó 28 puntos, y llegó hasta
los 70. Su récord estaba en 78, en un partido con tres prórrogas ante
los Lakers del infatigable Elgin Baylor. Ese mismo día, el alero de los californianos había dicho: “Algún día, este tipo anotará cien puntos”.
Con
el partido ya decidido a favor de los Warriors, Wilt se convirtió en el
centro de atención. Aún más: “¡Pasádsela a Wilt, pasádsela a Wilt!”,
gritaban los poco más de 4.000 afortunados que vieron el partido en
Hershey. Entonces no había televisión, y sólo la radio podía dar testimonio de lo que estaba sucediendo.
En
cada ataque, los Warriors enviaban el balón a su pívot, que lanzó 21
tiros en aquellos doce minutos. A falta de ocho minutos, Chamberlain
llevaba 75 puntos. Un minuto después ya sumaba 80: el nuevo récord
absoluto de la NBA. Pero el público insistía –“¡Pasádsela a Wilt!”- y, a
pesar del agotamiento, sus compañeros le seguían haciendo llegar el
balón. A falta de cinco minutos, Chamberlain anotó dos tiros libres y
llegó a 89 puntos.
Los Knicks, lejos de colaborar, comenzaron a
hacer faltas a cualquier jugador de los Warriors excepto Chamberlain.
No querían pasar a la historia como el equipo que admitió 100 puntos de
un solo jugador, y cerraron su defensa para tratar de proteger su zona.
En ataque, alargaban sus posesiones hasta el límite para robarle minutos
al cronómetro. Frank McGuire, entrenador de los Warriors, contestó
sacando a sus suplentes y obligándoles a hacer falta sobre los jugadores
de los Knicks, para recuperar el balón después de que acudieran a la
línea de tiros libres. La estrategia surtió efecto: a 2:15 del final del
partido, Chamberlain anotó su punto número 94. Poco después el 96. Y a
1:19 del final hundió la bola en el aro knickerbocker para anotar su punto 98.
A
menos de un minuto para el final, Chamberlain recibió en las
inmediaciones del aro. Lanzó a canasta, pero falló. Con la defensa de
los Knicks centrada en Wilt, el novato Ted Luckenbill atrapó el que
probablemente fuera el rebote más fácil de su carrera. Buscó a
Chamberlain, que seguía rodeado por cinco contrarios. Faltaban 46
segundos para el final del encuentro. The Stilt se levantó… Y encontró el aro. Lo había conseguido: su punto número 100.
El
partido terminó ahí: los espectadores del pabellón de Hershey
invadieron el campo, y esos 46 segundos nunca se jugaron. Chamberlain
había anotado 100 puntos (36 de 62 tiros de dos, 28 de 32 tiros libres),
y todo el mundo quería tocar al hombre de un récord que, medio siglo después, aún sigue vigente.
A
pesar de Chamberlain, los Warriors no fueron campeones en 1962. Wilt ni
siquiera fue el MVP de la temporada, honor que correspondió a Bill
Russell, su némesis en los Celtics. Frustrados sus sueños de campeón por
los imparables Celtics de los 60, Chamberlain coronó su carrera con hitos individuales. Añadió dos anillos, los de 1967 con los Sixers y el de 1972 con los Lakers,
pero resultan un rédito demasiado escaso ante los números de los otros
grandes pívots de la historia: George Mikan fue campeón cinco veces;
Russell, once; Abdul Jabbar, seis; O’Neal, cuatro. Chamberlain se quedó
con los récords individuales: los 100 puntos en un partido, el promedio
de 50,4 por temporada. Un año, decidió que iba a ser el tirador más
efectivo de la NBA: acabó el curso con un porcentaje de acierto del
72,2%. Otro, que quería ser el mejor pasador de la Liga: dio 702
asistencias, más que ningún otro jugador. El baloncesto, mientras tanto,
cambiaba sus normas para limitar su dominio: en 1964, las zonas se
ampliaron en más de un metro, con el único objeto de alejar a
Chamberlain del aro. Pese a todo, Wilt promedió más de 34 puntos por
partido.
Respecto al partido de Hershey circularon todo tipo de
leyendas. Se dijo que nunca sucedió, que fue una maniobra publicitaria
de la NBA al estilo La Guerra de los Mundos. También se dijo
que Chamberlain había lanzado los tiros libres en carrera, saltando
desde la línea de personal para dejar cómodas bandejas: eso explicaría
el rarísimo 28 de 32 en un jugador que sufría para estar por encima del
50% de acierto. Chamberlain, una personalidad excesiva, nunca se
preocupó demasiado por esos comentarios, y describía su récord con
normalidad. “Un jugador –dijo en una ocasión- que promedia diez puntos
por partido alguna vez mete 20. Pues bien, ese año yo promedié 50 puntos
por partido…”.
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