Estados Unidos conquistó la 15ª medalla de oro de su historia
tras vencer, en un partido de leyenda, a una España maravillosa que se
atrevió a ser realista, soñar lo imposible y meterle miedo al mejor
equipo del mundo hasta el minuto final.
Con
Navarro de líder, España arrancó de forma frenética (7-12,
m.4), si bien Estados Unidos se sintió muy cómoda planteada por su rival
y, con los puntos de
Bryant, Anthony y
Durant, se escapó en el marcador y amenazó con romper el partido (35-26, m.10). Sin embargo, la entrada de
Sergio Rodríguez a pista le dio velocidad a su equipo, y, con un 0-9, España se metió en el partido, llegó a ponerse por delante tras triple de
Llull (41-42) y se fue al descanso rozando la gloria (58-57), tras una primera parte para recordar toda la vida.
La épica creció en el tercer cuarto, con
Pau Gasol ejerciendo de
mejor jugador de la historia de su país para, con 13 puntos
consecutivos, volver a poner en jaque (70-71, m.25) a un combinado
norteamericano donde siempre respondían
Durant y
Bryant.
La imposibilidad de mantener su corta ventaja y el acierto
estadounidense acabó minando las opciones españolas, pese a entrar en el
último cuarto plenamente vivo (85-84, m.31).
Al final, cinco puntos consecutivos de
Paul y la defensa de
Estados Unidos acabó por desquiciar a un subcampeón que murió con épica,
luchando hasta el último segundo, para un 107-100 que, si bien no vale
el oro, merece la eternidad.
Navarro, el soñador
Era el partido de los sueños, y en los sueños todo vale. La imaginación,
el único límite. Con esas reglas, el conformismo es pecado. ¿Cómo
iniciar un partido a lo grande? ¿Con una mera canasta? ¿Mate de
concurso? ¿Triple tal vez, que duele más? Puestos a soñar, ¿por qué no
con la jugada que más puede sumar de una tacada en el baloncesto? ¿Por
qué no dibujar a
Navarro anotando triple más adicional en la primera bola que tocaba?
Y es que
Navarro, por sí mismo, es puro sueño. Trazo a trazo, al
escolta le pintaron con esmero, con grandeza y épica. El enterrado, el
errático, el cuestionado. Menudo insulto cualquiera de esos
calificativos al lado de su nombre. Cuán sacrílegas las dudas, qué
cortante su respuesta. A la siguiente que le llegó, otro triple. Y a la
tercera, el tercero. 7-12 en cuatro minutos. La catarsis, la histeria.
El inicio soñado.
España hubiera volado como voló tantas veces de la mano de
Navarro
si no fuera porque enfrente tenía a un conjunto temible, a un verdadero
coco, de esos que meten miedo con solo oír su nombre, que te destrozan
sin nocturnidad pero con doble de alevosía. Solo hay algo más peligroso
que el Dream Team… el Dream Team enfadado. Y pronto lo descubriría su
rival. Cómodos en la zona planteada por
Scariolo, con las
estrellas anotando sin cambiar su cara de poker, todo grandeza, Estados
Unidos convirtió uno de los deportes con más variantes y complejidades
en un sencillo juego de niños a base de triples en franca posición, tan
limpios como su propuesta baloncestística.
Bryant y
Anthony prendían la mecha. 11-2 en poco más de un minuto y a apagar las alarmas (18-14, m.5).
El ataque español, con
Pau asistiendo en silencio y sus
compañeros fintando en cada acción, funcionaba, aunque la defensa pedía a
gritos un punto más de agresividad y el rebote ofensivo norteamericano
tomaba visos de sangría. Otro minuto de inspiración de
Carmelo Anthony, con cinco puntos consecutivos, establecía la máxima para su equipo (25-16, m.6), y pese a que
Navarro
igualaba en solo 8 minutos su tope anotador en estos Juegos -14
puntos-, Estados Unidos lo hacía muy fácil y lo anotaba absolutamente
todo desde lejos (30-21, m.), con
Durant ya a la cabeza de una sintonía sencillamente perfecta.
Empero, cuando Estados Unidos parecía escaparse, apareció
Sergio Rodríguez para inventarse su enésima conexión con
Rudy Fernández,
que convirtió el pase más preciso en el mate más bello para impulsar a
España al término del cuarto: 35-27. Si todo recordaba tanto a los
viejos tiempos… ¿cómo no ilusionarse dijese lo que dijese el maldito
marcador?
Aroma a Pekín en Londres
Las revoluciones se producen en los callejones sin salida, escribía
Bertch,
y era un buen momento para la rebelión. No había nada que demostrar a
estas alturas de la película. No obstante, a la Historia, a esa que se
escribe en mayúsculas, siempre hay que rendirle pleitesía. Lo terrenal
podía esperar y, para despegar, pocos fuegos queman más que el de
Sergio Rodríguez.
Pirómano en pista, mechero en mano para incendiar con su electricidad,
el canario se puso a correr y ya nadie le siguió. Parecía el
Sergio de
los 18 años, el que se reía con su superioridad de sus rivales en el
Europeo Junior, solo que esta vez los coast-to-coast eran frente a los
mejores bases del planeta.
Su chispa encendió a España, que con el cambio a defensa individual y su
apuesta por la velocidad, endosó un 0-9 a su rival que estrechaba la
diferencia hasta su mínima expresión: 35-34 (m.12). La sonrisa había
vuelto.
James respondía con un mate cargado de rabia y Estados
Unidos seguía anotando con fluidez, pero su oponente había perdido
cualquier tipo de miedo, si es que alguna vez lo tuvo, y sintió que el
olimpo tenía escrito su nombre. Las canastas de
Marc bajaban con hielo,
Rodríguez se sentía con fuerzas hasta de picarse con
Chandler y
Llull no sufría de vértigo para anotar el triple que ponía a España otra vez por delante (41-42, m.14). La remontada era un hecho.
El vigente campeón no se amilanó. No tenía motivos para ello. Balón a
los pesos pesados, nervios a un lado y a volver a jugar. Qué sencillo
parecía. Un 2+1 de
Kevin Durant y cuatro tiros libres seguidos
recomponían la situación (50-44, m.15). El partido se le iba de las
manos a los árbitros y, en el concierto de pitos y lotería de
personales,
Navarro y
James intercambiaban golpes… hasta que
Deron Williams entraba en escena con un triple que dolía: 58-51 (m.19).
Podía ser el golpe certero, el despegue definitivo a aquel que no gana
sino que pisa, mas España volvió a respirar con un final muy serio,
justo premio a su cuarto más grande, y con 7 puntos desde la línea de
tiro libre, le pisó los talones a su rival al descanso (59-58) e incluso
pudo haberse ido con ventaja si hubiera aprovechado la última posesión.
Definitivamente, había mucho de Pekín en Londres. Y de Kaunas,
Katowice, Saitama o Lisboa. Todas las cosas son imposibles mientras lo
parecen, sí. Pero ya no lo parecía y la frase de marras, convertida en
lema en el calor de Twitter, cobraba cuerpo y forma. Era posible.
El baile de Pau Gasol
De plata u oro, España siempre es ganadora. Y un ganador no entiende de
derrotas honrosas. Su alma necesita verse por delante. Lo buscó con
ahínco y, a pesar de que que falló en sus dos primeros intentos y
Chris Paul lo puso cuesta arriba con un triple,
Pau Gasol estaba decidido a realizar algunos de los minutos más hermosos de toda su carrera para cumplir el reto común.
Por momentos no fue un jugador. Ni siquiera un líder o una estrella. Era más, mucho más.
Pau
bailaba en la zona. Tango, ballet clásico, qué más daba. Era su baile.
Era su ritmo. Era su partido. El de su vida, el de toda una generación
de jugadores que crecieron con él, el de toda una generación de amantes
del baloncesto que quisieron más y más este deporte por sus méritos, por
sus hazañas, por días tan dorados como este 12 de agosto, por más que
se tiñiese de plata. Era una final olímpica, era una revancha, era un
grito, era su propia vida en verso. Su poema más sincero.
La pedía, la pedía una y otra vez. Y jamás decepcionaba. Nunca lo hizo y
menos hoy. Juego de pies, posteo, reverso, canastas a aro pasado. Todo
Pau.
Con 7 puntos consecutivos, España tomaba otra vez la delantera (64-65,
m.23). A continuación ponía la máxima para los suyos, de solo 3 puntos
(64-67) y, un minuto más tarde, le daba el golpe definitivo al cuarto
con otro 2+1 tras jugar literalmente con su defensor. 70-71, con 13
puntos de
Pau, la dictadura de la excelencia, y punto álgido a un partido que haría llorar de alegría al mismísimo
Naismith.
Porque Estados Unidos y España se necesitan. El campeón para magnificar
su victoria, frente al rival que más le exprime. El caído, para
engrandecer su derrota, contra el oponente que más le exige. Es un amor
previsible y un divorcio necesario al mismo tiempo.
Kobe Bryant ejercía de antagonista perfecto al sueño de verano español con un triple que cortaba el clímax más logrado. Más tarde,
Durant se vestía de
Durant para volver a poner en aprietos a los de
Scariolo (77-72, m.27), aunque España se levantaba del suelo con un contraataque de libro de
Sergio y el enésimo acierto de un
Pau poseído por la divinidad (80-78).
Para colmo, el mayor de los
Gasol aprovechaba que medio equipo norteamericano iba a por él cuando recibía para asistir a sus compañeros, con
Ibaka
exprimiendo con inteligencia sus opciones durante la recta final del
cuarto. Sus cuatro puntos finales, desde la línea de tiros libres,
dejaba el partido tal y como estaba en vestuarios (83-82). Habían pasado
tantas cosas… que nada había cambiado. Y eso, simplemente eso, ya era
un regalo.
La derrota dorada
Hace ya 2502 años,
Filípides corrió de Maratón a Atenas para
anunciar que los griegos le habían ganado la batalla a los persas. Su
carrera, agónica, terminó en la muerte, en la forma más digna de hincar
la rodilla. España, que corría desde el minuto 1 por un sueño, por su
sueño, que construía los cimientos para su día más grande desde aquel
oro junior en Varna 98, jamás se retiraría de la maratón de su vida,
aunque las fuerzas faltasen.
Estados Unidos olió el cansancio de su rival y pese a que
Llull respondió bien el primer golpe de
James, la aparición de
Chris Paul terminó de romper la resistencia numantina de los guerreros de
Scariolo.
En una revolución se triunfa o se muere, y el destino, por tercera vez
tras Los Angeles y Pekín y con idéntico verdugo, extendió su pulgar en
señal de sacrificio. Un triple y una sencilla penetración del base
norteamericano rompían la igualdad que presidía el choque desde el
descanso y, en la siguiente posesión, el triple de
Durant tenía olor a victoria: 93-86.
Pollice verso. El gladiador, derrotado.
España había perdido fuerza en el rebote y, si bien parecía encontrarse
mucho más cómodo con el nuevo escenario visto tras el descanso, en un
encuentro con menor ritmo, se perdía en la asfixiante defensa de los
estadounidenses, que ya se sentían ganadores.
Carmelo Anthony pudo poner a los suyos con 12 de ventaja pero el triple no entró y
Pau, siempre
Pau, respondió para darle aliento a su equipo. Después, entre
Navarro y
Rudy el partido recobraba una vida (97-91, m.37) ficticia que
LeBron James arrebató con su mate más letal. El oro era un hecho.
Aún hubo más momentos de épica, más motivos de orgullo, más gestos para el recuerdo.
Marc Gasol creyendo en la remontada con el partido ya roto, como si hubiera un quinto cuarto esperando para los héroes, su hermano
Pau ovacionado por el público al irse al banquillo,
Sada y
Claver sintiéndose partícipes, saltando a la pista en toda una final olímpica,
Paul anotando y anotando para la posteridad.
Crónica ACB.com